“Quise abandonar, pero seguí”: la historia de “Nacho”, el joven que no dejó que su discapacidad le impida recibirse en la UTN

Tiene 22 años, es de Burruyacu y logró obtener su título pese a su discapacidad motriz y del habla. Se levantaba a las 5 para asistir a clases y hoy sueña con trabajar en la inclusión.

Esta historia no es un cuento, pero tiene un final feliz. Ignacio Castillo, más conocido como Nacho, tiene 22 años y una convicción que se volvió su estandarte: no hay límites cuando existe voluntad, acompañamiento y amor. A pesar de atravesar desde muy chico desafíos vinculados a una discapacidad motriz, retraso madurativo y del habla, Nacho acaba de recibirse como Técnico Universitario en Programación en la Universidad Tecnológica Nacional de Tucumán (UTN). Y ese título, más que un papel, representa una travesía de esfuerzo cotidiano, puertas que se abrieron, y una red humana que nunca lo soltó.

Vecino de Boca del Tigre, en Burruyacu, Nacho empezaba sus días a las cinco de la mañana para llegar a clase. Nada lo detenía: ni el cansancio, ni las barreras arquitectónicas, ni los momentos en que pensó en abandonar. Porque sí, también hubo dudas y lágrimas.

“Estoy muy emocionado porque me costó mucho. El camino fue difícil, y hubo un momento en el que quise abandonar, pero decidí pelear y aquí estoy. Logré mi meta de recibirme”, remarcó el joven que desde las 16.40 de este lunes tiene un título de nivel superior.

De un deseo truncado a un nuevo sueño

“Quería ir al ejército”, recordó su madre, Alejandra Cruzado. “Le gustaba esa idea, pero como todo lo hizo con computadora en la primaria y la secundaria, eligió algo relacionado y así llegó a la programación”. La mujer cuenta que su hijo no caminó hasta los 5 años, que se aferraba a las mesas, y que empezar la escuela fue en sí mismo una odisea. “Golpeamos muchas puertas para que lo integraran a un colegio. Cuando lo logramos, comenzó todo: paso a paso, sin rendirse”, indicó.

A ese paso a paso se sumaron nuevas herramientas: rendir exámenes con computadora, ingresar con un pendrive, tener tutores que lo acompañaran sin sobreproteger. La UTN no solo le abrió las puertas, sino que también lo sumó al área de Bedelía, donde realizó tareas administrativas y su pasantía de investigación. Se convirtió en parte del engranaje universitario, pero también en inspiración cotidiana.

Fernanda Cajal, una de las primeras docentes en conocerlo, junto a Alejandra Bustamante, recuerda a ese Nacho inicial, “introvertido, lleno de expectativas pero también de miedo”. Con los años, lo vio crecer en todos los sentidos: “Hoy no solo se va un técnico en programación, se va un joven que ha crecido interiormente. Es alguien distinto al que conocimos. Y eso también es parte del proceso educativo”, señaló.

Mónica de la Orden, responsable del equipo de orientación y accesibilidad académica de la facultad, fue testigo de cada uno de esos avances: “Nacho es el primer egresado de nuestro equipo. Él mismo quiso irse en un momento porque decía que no podía, que era demasiado. Lo llamamos y le dijimos que no estaba solo. Hoy verlo recibirse emociona”, confesó.

Ese sostén invisible que sostuvo a Ignacio no fue solo institucional. A su papá, Rubén Castillo, también le tiembla la voz al recordar el camino: “La luchó desde cero. Jamás se dio por vencido. Y hoy sigue, quiere seguir”, sostuvo.

Una red que nunca lo soltó

Afuera de la UTN, esta tarde lo esperaban su psicóloga, su fonoaudióloga, la maestra del primario, profesores del secundario y hasta parte del equipo médico de su rehabilitación. Todos querían estar presentes para celebrar a ese joven que alguna vez dudó si alcanzaría su deseo, pero decidió ser el creador de su propio sueño.

“El acompañamiento es fundamental para alcanzar el éxito. Hay muchos Nachitos que están ahí afuera, esperando que los contengan, que les den un ambiente propicio para lograr sus objetivos”, subrayó el decano de la UTN, Rubén Egea.

Hoy, en esa facultad, 47 estudiantes cuentan con apoyo del Gabinete de Inclusión, con diagnósticos que van desde discapacidades físicas hasta autismo o asperger. Pero la historia de Nacho marca un antes y un después: muestra que cuando el sistema educativo se adapta a las personas. y no al revés-, los sueños se cumplen.

Quizás eso fue lo que le inspiró al nuevo técnico en programación a pedirle a Egea un último deseo: “Me gustaría trabajar en el Gabinete de Inclusión.”.

Nacho aprendió a programar, pero lo más importante es el mensaje que deja con su vida, en el que cada paso cuenta aunque parezca pequeño, porque las alas se despliegan con coraje, no con viento a favor.

Fuente: La Gaceta

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