La educación y una lección de inclusión real

En un país donde hablar de inclusión muchas veces se reduce a discursos políticamente correctos, la historia de Ignacio Castillo rompe con el molde y obliga a mirar la educación desde un lugar diferente: el de la empatía, el acompañamiento y la posibilidad real de que nadie quede atrás.

“Nacho” acaba de recibirse a los 22 años como técnico universitario en programación en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Tucumán. Lo hizo tras enfrentar desde la infancia una discapacidad motriz, retraso madurativo y del habla. Pero su historia es la de una epopeya cotidiana de esfuerzo y voluntad. Como él mismo afirmó al recibir su título: “Estoy muy emocionado porque me costó mucho. El camino fue difícil, y hubo un momento en el que quise abandonar, pero decidí pelear y aquí estoy. Logré mi meta de recibirme”.

La UTN, en este caso, no fue un simple espacio académico, sino una comunidad que supo acompañar. La universidad mostró que cuando el sistema se adapta a las personas, y no al revés, los sueños se cumplen.

Rubén Egea, decano de la UTN, lo expresó con claridad: “El acompañamiento es fundamental para alcanzar el éxito. Hay muchos ‘Nachitos’ que están ahí afuera, esperando que los contengan, que les den un ambiente propicio para lograr sus objetivos”. Y eso fue lo que encontró Castillo: una red que no lo soltó, ni cuando pensó que no podría más.

Su historia también sirve para repensar el papel de la educación inclusiva. Según la Unesco, entre 93 y 150 millones de niños en el mundo tienen alguna discapacidad, y millones de personas siguen siendo excluidas de la educación por razones tan diversas como el género, el origen étnico o la situación económica. En ese contexto, casos como el de “Nacho” no deberían ser la excepción, sino la regla.

La educación inclusiva no consiste en crear espacios paralelos para quienes son distintos, sino en transformar el aula para que todos puedan aprender juntos. No se trata de adaptar a las personas al sistema, sino de construir un sistema que abrace la diversidad. Así lo entendió también Mónica de la Orden, responsable del equipo de orientación y accesibilidad académica de la UTN: “Nacho es el primer egresado de nuestro equipo. Él mismo quiso irse en un momento porque decía que no podía. Lo llamamos y le dijimos que no estaba solo”.

El mensaje que deja “Nacho” es profundo. Él aprendió a programar, pero sobre todo aprendió y enseñó que cada paso importa. Que el acompañamiento transforma. Y que los sueños, por más lejanos que parezcan, se alcanzan cuando el entorno deja de poner obstáculos y empieza a construir puentes.

Hoy, Castillo sueña con trabajar en el mismo Gabinete de Inclusión que lo ayudó a egresar. Es una manera de devolver lo recibido y de multiplicar lo aprendido. Porque no hay inclusión real si no hay continuidad, si el sistema no se compromete también con el después.

Esta historia nos obliga a mirar críticamente un sistema educativo que muchas veces no está preparado para abrazar las diferencias. Al mismo tiempo nos muestra que otra educación es posible. Cuando hay voluntad institucional, docentes comprometidos, familias que acompañan y jóvenes con coraje, la inclusión, que es un derecho, deja de ser una promesa vacía para convertirse en realidad concreta.

Fuente: La Gaceta.

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